EL COOPER CLUB
Si ustedes siguen mis andanzas blogueras tal vez piensen que, en Burgos, todos los bares son antiguos, y de gran trayectoria. Craso error. Eso implicaría que la gente joven de Burgos es conformista o no es capaz de llevar adelante ideas diferentes y hacer que fructifiquen en forma de locales nuevos. Y sí, sí que son, que somos fríos y secos pero tampoco hay que ser extremistas en este aspecto. En la Calle Fernán González hay un local de breve pero intensa vida, regentado por un joven que tiene pocos años más que el bar que regenta, y que se ha convertido en un imprescindible de la noche burgalesa desde su apertura, allá por Octubre del año pasado: El Cooper Club.
En el Cooper Club nada es normal o corriente. No es fácil entrar, pero no porque la puerta sea pequeña o el acceso angosto, sino porque la afluencia de jóvenes (y no tan jóvenes) burgaleses es tal que en ocasiones es más fácil quedarse fuera que adentrarse en su encanto British. Obviamente, llamándose Cooper, se hacen una idea de la orientación musical del local, un aroma a Union Jack empapa las notas musicales que bañan noche tras noche las paredes, las columnas y los oídos de todo aquel que se acerque a los dominios del gran Manolín y la simpática Sandra. Es más, llamándose Cooper no es sorprendente que un Mini Cooper (con un 22 decorando la puerta, ¿de qué me suena a mí esto?) forme parte de la decoración, como icono del bar y de toda una época musical, fílmica y social.
El Cooper Club no es sólo un bar de moda, o un bar de tendencia, es un bar con una idiosincrasia especial, con un componente participativo por parte de la clientela muy alto y un lugar en el que ver y dejarse ver. Si quieres saber quién es quién en la parte de la noche burgalesa que no quiere oir hablar de Operación Triunfo ni jacarandas similares, el Cooper Club colmará todas sus expectativas. Acérquese (pronto mejor), acódese en la barra, pida una copa a su gusto y abra las orejas, que seguramente le guste lo que oiga. Y vea.